En los últimos años la sequía ha traído pérdidas de difícil cuantificación.
El agua, es un recurso dedicado a escala global en un 70% a producir alimento.
Las variaciones del clima hace más incierta cualquier previsión.
Dice un proverbio atribuido a Benjamin Franklin que no se aprecia el valor del agua hasta que se seca el pozo. Y es que basta una mirada a campos y pantanos para comprobar que esta foto poco tiene poco que ver con lo vivido en el último cuatrienio, con pérdidas por sequía en Andalucía imposibles de cuantificar en su conjunto. Pero ¿ha pasado la amenaza de nueva precariedad de agua? La mayoría de usuarios y responsables no parecen tenerlo tan claro.
Hablar de agua embalsada es hablar de agroindustria, donde se consume casi un 90% del líquido elemento. Pese a registrarse porcentajes de llenado de los pantanos siete puntos por encima de la media en el último decenio, existe gran variabilidad, tanto entre embalses de cuencas dependientes de la Junta como del ministerio.
La visita a dos de las zonas de cultivo a cielo abierto con producciones más altas del mundo despeja dudas sobre hasta dónde llegan las consecuencias de la falta de agua. Recurso que es dedicado a escala global en un 70% a producir alimento.
Sin agua, la vida humana tiene horizontes máximos de 7 días, motivo más que suficiente para replantearse cómo mejor aprovechar un bien en nuestro caso en función de los vaivenes del clima continental mediterráneo, y que nos ha llevado como último recurso hasta peticiones con el más allá.