La revolución de los exoesqueletos

Los exoesqueletos son un dispositivo a modo de traje robótico que se han convertido en una solución técnica en diferentes campos, por ejemplo como para herramienta terapéutica frente a discapacidades neurológicas o para prevenir lesiones en trabajos que requieren un gran esfuerzo físico. Hemos estado en Granada, con uno de los pocos grupos que trabajan en España sobre esta tecnología.

Decía Galileo Galilei que "donde los sentidos nos fallan, la razón debe intervenir”. Y es el exoesqueleto una de esas mejores muestras. Un dispositivo o traje robótico para asistir a personas en tareas físicamente exigentes, reducir fatiga y riesgo de lesiones. Al menos estos han sido acicates para una tecnología que, pese a sus posibilidades, está aún escasamente implantada en nuestra sociedad. La culpa se atribuye a sus costes y, tal vez, una mentalidad un tanto pacata, con respecto a los beneficios.

En 1890 el ingeniero ruso Nicholas Lang utilizó bolsas de gas comprimido para ayudar al movimiento, pero no será hasta 1960 cuando General Electric, impelida por el ejército de EE UU, y cerebros de la entonces Yugoslavia metieron el invento en camino de verdadera aplicación. Hoy precisamente a la investigadora del CSIC y cofundadora de Marsi Bionics, Elena Garcia-Armada, e atribuye el primer exoesqueleto pediátrico del mundo, en sus diversas evoluciones y con implantación ya en casi una decena de países.

Aspace-Granada, centro de atención a personas con parálisis cerebral, fue de los primeros en hacerse con uno. Gracias a un acuerdo con el Ministerio Defensa, también se ha conseguido desarrollar uno de los pocos prototipos de exoesqueleto andaluz: una bota militar para aliviar la carga y el cansancio de la tropa, y en cuya mejora y perfeccionamiento se sigue trabajando hoy, en su decimoséptima mejora y tercera patente.

La tercera pata del desarrollo hay que buscarla en su aplicación laboral a sectores tan fundamentales para la economía como la industria, construcción o propia logística. Y es que, pese a las escasas probaturas de idoneidad y lentísima incorporación por parte empresarial, los estudios tanto del INSS como de las propias mutuas evidencian que la reducción del esfuerzo físico del trabajador se traduce en recortes de las bajas en las plantillas por sobreesfuerzo, que hasta 2021 correspondían a más del 85% de los accidentes laborales, lo que representa ahorros medios por trabajador entre 1.500 y 3.000 euros, con un coste estimado en nuestro país que supera los 1.500 millones de euros anuales.