Miles de hectáreas calcinadas en provincias como Almería, Huelva, Jaén o Málaga.
En nuestra memoria aún están frescas las imágenes del que estuvo a punto de llegar al corazón de Doñana.
Fue en junio de 2017 cuando en apenas unas horas las llamas alcanzaron los 20 metros de altura y arrasaron más 8.000 hectáreas, de Mazagón y Matalascañas, parte de ellas en espacio protegido. Se llegaron a calcinar casas y un camping completo y 2000 personas tuvieron que ser desalojadas.
No fue el peor de los que sufrió Huelva, porque en 2004 el incendio de Ríotinto acabó con la vida de dos personas y devastó más 34.000 hectáreas de monte mediterráneo. Esta catástrofe afectó a 13 municipios de las provincias de Huelva y Sevilla.
Unos años antes, en 2012, La Costa del Sol sufrió cuatro días y medio de horror por el incendio que afectó a Coín, Mijas, Marbella, Alhaurín, Monda y Ojén.
Murió un ciudadano alemán y hubo 5 heridos y casi cinco mil personas tuvieron que ser desalojadas, entre ellas la práctica totalidad del pueblo de Ojén y 10 urbanizaciones de Marbella. 8000 hectáreas, en su mayor parte terreno forestal, quedaron calcinadas.
En 2015 la provincia de Jaén sufrió uno de los peores incendios de su historia. Empezó el 7 julio y ardieron más de 10.000 hectáreas de los términos municipales de Quesada y Huesa. El origen estuvo, al parecer, en un rayo.
En la provincia de Almería, cerca de 500 vecinos de Turre tuvieron que ser desalojados de una urbanización con motivo del incendio detectado en el Cerro de la Mezquita. Fue en julio de 2009 y, en este caso, el perímetro del incendio superó las 4.000 hectáreas de matorral.
Las elevadas temperaturas, la baja humedad, el viento, las tormentas secas y también la acción humana, están detrás de estos incendios.