Ni crisis ni historias; ni planes de empleo ni recuperación económica. En España hay un problema gravísimo que nadie ve o nadie quiere ver por no saber cómo atajarlo. Años después de superada la crisis, la situación de los jóvenes no ha variado: siguen sin poder salir del nido familiar para emprender una vida adulta, para soltar amarras y tomar las riendas de su propia vida.
La tasa de emancipación juvenil ha vuelto a descender. Más del 81% de los jóvenes de entre 16 y 34 años viven con sus padres, la cifra más alta desde el 2002. En la franja de entre 25 y 29 años, el 61% no ha abandonado el hogar familiar; el 29% en el caso de los que tienen entre 30 y 34 años. Y para no marearse con los datos, que son terribles, háganse esta pregunta: ¿A qué edad se fueron ustedes de casa? ¿A qué edad comenzaron a disfrutar la libertad de ser independiente de sus papás y a la vez responsables de su vida? Me fui de casa con veintiún años, algo que hoy solo hacen, o pueden hacer, una quinta parte de los jóvenes españoles con esa edad.
Esta situación es mucho más grave que la melopea donde se pierde Sánchez y sus sueños de Rey Sol. Las causas son múltiples y muy graves: no trabajan, no cobran, no cotizan y, si consiguen empleo, el sueldo no les da ni para el alquiler. Envejecen en casa, se acomodan, no procrean, no asumen responsabilidades y pasan los días ante la pantalla y pasan los años viendo series. Y a todo esto, ¿qué dice la Universidad, amodorrada en sus métodos desfasados y la oquedad bajo los birretes? ¿Qué dicen los políticos jóvenes que llegaron con ganas de cambiar el sistema, y cada vez se parecen más a aquellos que criticaban? ¿Qué dicen los empresarios que cada vez los quieren más jóvenes para pagarles menos? ¿Qué pueden hacer los padres más que pagar las facturas y sufrir viéndoles amojamarse en el sofá?
Es tan grave esta situación que más les valdría atarse una piedra al cuello los culpables del empobrecimiento y discapacitación de los jóvenes de este país.