Mirela dejó su Rumanía natal para instalarse en esta localidad granadina. Junto a su marido ha encontrado en la agricultura una forma de vida próspera y cómoda.
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Mirela Timofte (45 años) es de Rumanía y se dedica a la agricultura. Esta emprendedora rumana se estableció en el núcleo de Castel de Ferro hace 25 años en busca de un futuro mejor, y ha encontrado una vida de calidad y tranquilidad, cultivando pepinos y pimientos holandeses y colaborando con otros vecinos.
La localidad de Castell de Ferro en Granada está experimentando un fenómeno de repoblación impulsado por la llegada de familias como la de Mirela. La población del municipio se ha duplicado en los últimos 15 años, gracias en gran parte a la llegada de personas de otros países. Llegó a España en 2005 tras terminar sus estudios de Derecho en Tulcea, una ciudad rumana a orillas del Danubio. Pero en su país no consiguió encontrar trabajo de lo suyo. Su pareja ya estaba en España y había elegido hacer su vida en Castell de Ferro, así que ella se vino con él para buscar un futuro mejor y una oportunidad laboral.
La integración de los recién llegados es notable. Los rumanos, que forman una comunidad significativa en la zona, han adaptado su vida en Castel de Ferro sin olvidar sus raíces. Simona, por ejemplo, dirige un supermercado donde vende productos típicos rumanos. Mónica, otra agricultora rumana, intercambia sus tomates con los pepinos de Mirela, demostrando la solidaridad y el compañerismo que existen en el pueblo. Más allá de la agricultura, los nuevos residentes también contribuyen al tejido cultural y social del municipio. Carina, una directora de arte argentina, ha creado un grupo de manualidades para niños, mientras que la hija de Mirela, Ilya, nacida en España, participa en clases de flamenco. Las mujeres del pueblo se reúnen para elaborar adornos para festivales locales como la Romería de la Virgen del Carmen, un evento que también acoge a los nuevos vecinos.
La convivencia es un pilar fundamental en este pueblo, donde la paz y la seguridad son aspectos muy valorados por Mirela. Tanto ella como su marido, Florín, afirman que la vida en el campo ha superado sus expectativas, aportándoles una calidad de vida que no podían encontrar en su país de origen.