Se acaban de cumplir 28 años desde que Ana Orantes decidiera visibilizar en Canal Sur Televisión, sin miedo y frente a los tabús, lo que era sufrir violencia machista, un paso que pagó con su vida, una muerte que abrió la puerta a una ley que ha salvado muchas vidas como ha contado su hija Raquel en "Buenos días Gente de Andalucía".
El 4 de diciembre de 1997, una mujer granadina decidió acudir al programa de Canal Sur Televisión 'De tarde en tarde' presentado por Irma Soriano y denunciar 40 años de malos tratos y humillaciones continuas a manos de su exmarido. Se llamaba Ana Orantes, y unos días después de pasar por el plató, su exmarido la asesinó, la quemó viva.
Aquel gesto de vencer el miedo, la hipocresía y los tabús le costó la vida pero contribuyó a marcar un punto de inflexión en el abordaje del maltrato en España que salía de la intimidad y el silencio de las casas y se exponía tal cual era, lo que supuso la consecución de la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género que tantas vidas ha salvado y agresiones evitado.
Su hija Raquel ha conseguido transformar un hecho cruel, la muerte de su madre, en un legado de esperanza y en una herramienta de lucha como ha contado en "Buenos días Gente de Andalucía".
Crecer con la ausencia y el peso de una injusticia que rompió a su familia ha sido, según Raquel, "muy complicado". Ella describe la herida de la pérdida como algo que "siempre está abierta, siempre está ahí". A lo largo de su vida, le han pasado cosas para las que ha necesitado contar con su madre, buscar consejos y opiniones, pero no la tiene. Ante esta realidad, Raquel tomó una decisión crucial: "Yo decidí que que ese dolor, que hacía daño, que dolía, tenía que transformarlo en otra cosa, en una lucha". Este proceso se basa en un profundo sentimiento de deber, ya que siente "esa obligación moral hacia mi madre, hacia todas las mujeres que siguen sufriendo, hacia todos esos hijos".
A pesar de que su madre es vista como un referente y un personaje público por la sociedad, Raquel reconoce que para ella el dolor es constante. Sin embargo, prefiere quedarse con la parte positiva, con las mujeres que le escriben diciendo cómo la valentía y el acto de rebeldía de su madre les cambió la vida y las ayudó a dejar la violencia.
En el debate sobre el rol paterno del agresor, ella es tajante, basándose en su propia experiencia: "Ningún maltratador es un buen padre". Además, revela una decisión personal tomada desde la infancia, afirmando: "Yo con 8 años ya tenía claro que yo quería ser Orantes".
Raquel también ha puesto el foco en el abandono institucional que sufrieron los hijos de Ana Orantes. Tras el asesinato de su madre, no recibieron "ningún tipo de apoyo psicológico", y nadie se preguntó qué pasaría con ellos, obligándolos a reconstruirse solos.
Cuando se le pregunta qué le diría a una mujer que hoy teme denunciar, Raquel advierte que el proceso "va a ser duro y largo", pero enfatiza la importancia de la fortaleza y la compañía: "Este camino no lo tiene que emprender sola, tiene que buscar cómplices". Aunque reconoce que queda mucho por avanzar en la lucha contra la violencia machista, ha asegurado a las víctimas que hay esperanza, profesionales y personas que luchan por una vida justa y libre.
A las nuevas generaciones le gustaría que recordaran a su madre como "una mujer valiente, una mujer digna, una mujer valiosa y que salvó vidas"