Todo el mundo exige derechos, pero nada de obligaciones. Nadie quiere ser responsable de nada, pero sí víctima de lo que sea; del vecino, del gobierno o de Trump.
Si una adicción y la falta de voluntad nos llevan a fumar como carreteros, aún conociendo los perjuicios del tabaco, tiene que ser papá Estado el que venga a quitarnos el cigarro de la boca, tratándonos como ciudadanos desvalidos a los que hay que proteger. Lo mismo la resaca, consecuencia de la borrachera, sea declarada pronto enfermedad. Y así vamos debilitando esta sociedad infantilizada, instalada en la queja permanente y en el yo no he sido. Lo mismo ocurre en el sexo juvenil, libre pero no responsable, pues solo uno de cada cuatro jóvenes utiliza métodos anticonceptivos en sus prácticas, y si ocurre lo peor; tío, tío páseme usted el río, y vendrán los papás para asistir al cabeza vana que creyó que todo el monte era orgasmo.
No sé con qué intención viene el gobierno a quitarnos del tabaco, pero que se vaya preparando para el chorreo que le va a caer de todos aquellos que esperan y desesperan una resonancia, una cita con especialista o cualquier otra prueba y hacen cola en el Seguro. "No esperes una respuesta que no sea la tuya", decía Bertolt Brecht, pero se ve que esta ministra lo ha leído poco.