La investigación, liderada por la Carnegie Institution for Science, ha empleado técnicas químicas avanzadas junto a modelos de inteligencia artificial capaces de reconocer patrones moleculares extremadamente sutiles. Estas herramientas han permitido detectar lo que los expertos describen como susurros químicos, fragmentos que permanecen en las rocas pese a los intensos procesos geológicos sufridos durante miles de millones de años.