En un observatorio que administraba en París, un joven astrónomo hacía cálculos bajo su supervisión. Por desgracia, no lograba hacer ningún cálculo de forma exitosa. Un día, Le Verrier lo miró con enojo, buscó en un cajón y le entregó al joven colega el ábaco de un niño, sin decirle una sola palabra.
-¿Por qué me está dando esto, profesor -musitó el hombre.
-Para que pueda calcular con facilidad que no vale la pena que trabaje así para mi.