“Prefiero bailar como un inconsciente que como un inteligente”, es la frase-sentencia que se le atribuye a Vicente Escudero, bailarín, bailaor, coreógrafo, incluso cantaor, pionero en la renovación del flamenco, un artista de leyenda que desarrolló su trayectoria en los cincuenta primeros años del siglo XX.
Anoche, en la apertura del Festival Internacional de Itálica en el Cortijo del Cuarto, el sevillano Andrés Marín, Premio Nacional de Danza y Giraldillo del Baile, suscribió por completo la filosofía artística de Escudero con su nuevo espectáculo Recto y Solo, un planteamiento contra la cobardía y el aburrimiento creativo.
Concebido, dirigido e interpretado por el propio Marín, Recto y Solo es una propuesta radicalmente personal que plantea una revisión del baile flamenco masculino a través de una mirada contemporánea, libre y profundamente identitaria. A partir del pensamiento y la estética de Vicente Escudero, Marín construye una pieza que se mueve entre la tradición y la subversión, explorando el cuerpo como territorio de experimentación, memoria y libertad.
Marín no imita a Escudero sino que lo acompaña en su transgresión artística, incluida su afición por el cante, que en Recto y Solo asume por completo interpretando toda la parte vocal junto a la guitarra de Pedro Barragán.
Emulando a su inspirador, que en París llegó a bailar al ritmo de dos motores, Marín le hizo una alegrías a un robot aspirador, mostrándose como un coreógrafo insaciable, que trabaja y exprime, cada vez más, los recursos escénicos.
En Recto y Solo dominan el blanco y el negro, las luces, las imágenes y la guitarra desnuda para proyectar todo el universo imaginario del artista. Marín consigue no dejar indiferente a nadie, hurgar en las emociones, mostrarse vulnerable en el abismo del ridículo y la burla, para confundir al espectador que, finalmente, sabe que está ante un bailaor contundente y soberbio que defiende desde lo inclasificable la tradición flamenca.