Budapest, ciudad para la esperanza

En septiembre del 2020, visité en un viaje relámpago de un día, la capital de Hungría para contar la final de la Supercopa de Europa entre el Bayern de Múnich y Sevilla.

La UEFA convirtió aquel partido en una especie de prueba piloto en época de pandemia. Permitió la entrada en el estadio a un total de 20.000 espectadores, lo que supuso un tercio del aforo máximo del mismo.

Aquel día, todos los que estuvimos en el Puskas Arena, llevamos mascarilla y tuvimos que mantener la distancia de seguridad. Se trató de encuentro más allá del fútbol. Fue el primer partido internacional europeo con espectadores desde el comienzo de la cuarentena, aquello fue el principio del fin de las restricciones por culpa de la pandemia.

En lo deportivo, el Sevilla cayó en la prórroga 2-1. Los de Lopetegui fueron un rival muy duro y compitió ante el todopoderoso conjunto alemán. Una derrota llena de dignidad que dejó una espina clavada en todo el sevillismo en la vigésima final que disputaba el cuadro de Nervión en el siglo XXI.

Casi tres años más tarde, el destino quiso que el Sevilla volviese al mismo escenario a orillas del Danubio, pero en esta ocasión con casi 13.000 aficionados rojiblancos, en el mayor desplazamiento europeo animando desde la grada.

Y una vez más, tirando de épica en una temporada irregular, con tres entrenadores, tras coquetear con el descenso y con la tentación de renunciar a la competición que cambio la vida de la entidad de Nervión y más cuando aparecían en el horizonte equipos como Manchester United en cuartos o la Juventus de Turín en semifinales.

Pero Mendilibar pronto supo entender que, aunque vino para la permanencia en un par de meses mal contados, el idilio con la Liga Europa del Sevilla va más allá de lo que cualquiera pueda entender. No existe equipo en Europa que quiera y respete más esa copa que el Sevilla. Y la historia se volvió a repetir con la conquista de la séptima contra la Roma de Mourinho.

La experiencia ha sido extraordinaria, es muy difícil explicar la satisfacción personal que supone poder llevar a los andaluces, a los sevillistas, a los oyentes de Canal Sur Radio un éxito más del fútbol andaluz.

Convertirte en sus ojos, acercar esas emociones a rincones donde solo puede llegar la radio, la sensación fue como la primera de Eindhoven, aquella que todos pensamos que sería la única y que sería difícil volver a repetir.

Tres días de mucho trabajo de sol a sol con múltiples conexiones, programas en directo de Hungría como La Jugada de Sevilla, el Mirador de Andalucía deportes, el Pelotazo y por supuesto el programa especial de la final de La Gran Jugada que arrancó a las 19:15 hasta la 1:30 de la madrugada…

Y si me tengo que quedar con una imagen, me quedo con la del trabajo en equipo con Antonio Caamaño, Manolo Martín, Antonio Barroso y todos los compañeros que se quedaron en tierra, pero que sin ellos no habría sido posible el éxito de esta retransmisión desde Budapest, la ciudad donde los sueños se cumplen, una vez más, la ciudad de la esperanza.