En la sierra de Huelva son especialmente valiosas, como en otros territorios protegidos de Andalucía, aquellas experiencias que permiten a su población seguir viviendo de los recursos naturales de una manera sostenible.
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Cuando llegamos a la finca de los Llanos, en Las Cefiñas, una aldea situada en el Parque Natural Sierra de Aracena y Picos de Aroche, nos reciben algunos de los miembros de la familia Gandullo. Desde el primer momento nos transmiten su calidez y también su valentía. Resistentes de la España vaciada, ellos han conseguido, de momento, seguir viviendo y trabajando en el lugar que quieren. Aunque ahora son 110 habitantes en lugar de los 500 que hubo en un pasado no muy lejano.
Seis de cada diez municipios de nuestro país han perdido habitantes en las dos últimas décadas. Una de las consecuencias es la desaparición de actividades agrícolas, ganaderas y forestales tradicionales, respetuosas con la naturaleza que contribuyen a mitigar el cambio climático y conservar la biodiversidad. El fenómeno de la despoblación parece imparable pero no es inabordable. Aunque hay muchas explicaciones para este éxodo, hay una cuestión fundamental para frenarlo y es asegurar el sustento económico.
Si Las Cefiñas se ha salvado de sumarse a la larga lista de los pueblos fantasmas es gracias al arrojo de esta familia. Hace unos años una multinacional compra varios terrenos en Aroche, fuera de la zona protegida, para plantar arándanos en extensivo y cubrir la demanda de los mercados en los meses en que la producción de otras zonas no llega.. Entonces en 2014, a pequeña escala, ellos se lanzan a la aventura.
Pero no es solo el arándano, en el campo hay decenas de tareas, la huerta, los cerdos, las gallinas, las ovejas, la propia casa… y para muchas, los animales domésticos son buena compañía. Una forma de vida que no quieren abandonar.
Una familia de la que también forman parte Maruja y Juan Antonio, los dueños de la única tienda del pueblo. Pero llamarla tienda se queda corto. Ni los locales más modernos multiusos, le llegan a la altura. Allí puedes encontrar todos los productos necesarios, pero además funciona como centro social, para beber algo mientras se charla un rato, o como asistente de farmacia, ya que los vecinos dejan su tarjeta sanitaria para que el médico les acerque las medicina que necesitan.
Un autobús acerca y trae cada día a los niños del colegio, situado en Cortegana, el pueblo más cercano. Para esa hora, ya ha terminado la jornada en el campo, y sus madres van al encuentro.
Celedonia, su compañero Ángel, los hijos de ambos, Isaac y Jonathan, José Manuel y su sobrino José Miguel, su madre, Isabel, el suegro, Marciano, desean, quieren y luchan por vivir como vivieron sus abuelos, como lo hacen ellos, como les gustaría que lo hicieran las siguientes generaciones.