LOS REPORTEROS
LOS REPORTEROS

El almacén nuclear de El Cabril por dentro

El desmantelamiento de las centrales nucleares en España supondrá, con toda probabilidad, la ampliación de El Cabril. Es el único almacén de resíduos nucleares de España

El Cabril cuenta con 28 celdas de almacenamiento de media y baja actividad, con capacidad para 160 mil bidones. Los grupos ecologistas consideran que pone en riesgo el equilibrio medioambiental

Los Reporteros ha entrado en sus instalaciones.

CANAL SUR MEDIA 19 marzo 2023

Esta semana en Los Reporteros queremos que nos acompañen a conocer por dentro El Cabril, el único almacén de residuos nucleares de España, unas instalaciones ubicadas en plena sierra cordobesa. Queremos conocer a fondo cuáles son sus planes de expansión. Un proyecto que genera controversia, especialmente entre los grupos ecologistas que alertan del alto riesgo medioambiental que este centro representa.

España genera en residuos radioactivos el equivalente a una pelota de tenis por habitante y año. Dicho así, quizá no les parezca demasiado, pero si pensamos en 47 millones de bolas, el volumen real cobra todo su su sentido. Es mucha la basura nuclear que producimos, habrá mucho más dentro de pocos años, y solo hay lugar donde almacenarla: El Cabril, un centro de gestión tan eficiente como controvertido enclavado en un paisaje extraordinario.

Llegar hasta El Cabril es viajar a la sierra Albarrana, al norte de la provincia de Córdoba, en el curso alto del rio Bembézar, entre los valles del Guadalquivir y del Guadiato, en plena sierra Morena. Este recóndito paraje, el hábitat natural de ciervos y buitres leonados y sin un solo núcleo de población en kilómetros a la redonda, protagonizó un interesante capitulo en la historia de la minería andaluza y no solo eso: de alguna manera en esta serranía se gestó una parte de la primitiva investigación nuclear española, justo cuando Hiroshima y Nagasalki evidenciaban la capacidad de destrucción de la energía atómica.

Recién terminada la segunda guerra mundial, el general Francisco Franco acarició por primera vez la posibilidad de que España construyera su bomba atómica. Algo que nunca sucedió. Eso forma parte de las ensoñaciones propias en la vida cotidiana de cualquier dictador. Lo que ocurre es que, en este caso, había un punto de partida verosímil. Un año antes de la Guerra Civil, el ingeniero cordobés Antonio Carbonell descubrió que en esta sierra, la sierra de Albarrana, había uranio, el combustible atómico por excelencia, y en 1947 se propuso extraerlo.

El proyecto, sin embargo, no prosperó como se esperaba. El uranio se halla en capas superficiales, generalmente sobre rocas, en el subsuelo. El problema consiste en acceder a ellas, extraerlas, triturarlas y obtener de la torta resultante dióxido de uranio en cantidad suficiente y con el mayor grado de pureza posible. Un proceso complejo y muy costoso: Demasiado para un país que en los años cuarenta sufría una hambruna generalizada, se encontraba en quiebra técnica y permanecía aislado internacionalmente.

Testigo mudo de aquel intento fallido es esta vieja mina de uranio, la llamada Mina Beta, que quedó en desuso en los años cincuenta, pero que acabaría jugando un papel primigenio en la historia de los residuos atómicos: Porque a partir de 1961 ahí dentro se almacenaron decenas de bidones con basura radiactiva procedentes de las primeras investigaciones que la recién creada Junta de Energía Nuclear realizaba con un reactor cedido por Estados Unidos.

Un almacenamiento clandestino que el régimen franquista mantuvo en secreto durante años, hasta que dos periodistas andaluces, ya en los primeros compases de la democracia, destaparon el asunto entrega del tomo y apertura "Andalucía, vertedero atómico". Este es el título del reportaje que en junio de 1976 publicó el semanario Tierras del Sur. La exclusiva, que venía firmaba por el periodista cordobés Sebastián Cuevas, ya fallecido, y se ilustraba con las fotografías de José Manuel de la Fuente, causó un enorme impacto. Pero a pesar del escándalo, en la mina Beta se almacenaron residuos radioactivos hasta 1981.

En total, 750 bidones, apilados al fondo de la galería y apenas separados por tabiques de ladrillo y cemento. En 1984 se decidió clausurar la mina y trasladar el estocaje a tres módulos construidos ex profeso. Una operación de transporte que duró dos años utilizando en ocasiones carretillas de reparto de bombonas de butano.

Este es el origen de El Cabril. Quizá por eso el término cementerio nuclear sigue presente en el imaginario colectivo. Han pasado 37 años. ¿Que nos encontraremos ahora que nos han permitido visitarlo? Son las nueve de la mañana. Un camión se acerca al puesto de control. Ha recorrido 550 kilómetros desde la central nuclear de Trillo, en Guadalajara, y transporta un cargamento de residuos radioactivos.

No es una escena excepcional: Solo el años pasado, El Cabril recibió trescientas expediciones como esta y almacenó dos mi doscientos metros cúbicos de residuos radioactivos.

Los residuos que hoy han llegado son de media actividad, así que vienen acondicionados en bidones herméticos que aquí serán almacenados en contenedores de hormigón.

El Cabril cuenta con 28 celdas de almacenamiento de media y baja actividad, con capacidad para 160 mil bidones. Todo el proceso está automatizado y cada operación se gestiona desde este centro de control.

En el Cabril trabajan 130 operarios y, según nos dicen, sin efectos para su salud. Un informe de 2004 afirma que la radiación máxima que recibe un empleado a lo largo de todo un año es inferior a la que recibiría un paciente que se somete a una radiografiá de tórax.

Los grupos ecologistas, sin embargo, no las tienen todas consigo. Tampoco Manuel Raya, portavoz de Hornasol. A su juicio, el centro de almacenamiento de El Cabril, que el no duda en calificar como cementerio nuclear, sí pone en riesgo el equilibrio medioambiental.

La sombra de sospecha se cierne en concreto sobre la denominada celda 29. Bajo esta inmensa carpa y en una superficie similar a la que ocupa el terreno de juego del Santiago Bernabeu, se entierran los residuos de muy baja actividad, por lo general chatarras y escombros, que se van cubriendo progresivamente de grava. Según denuncian los ecologistas aquí se produjo una filtración al acuífero del parque de Hornachuelos que aun no ha sido resuelta.

Mientras tanto, y más allá de la controversia, lo cierto es que el centro de almacenamiento de El Cabril, con algo más de 35.000 metros cúbicos almacenados, está al limite de su capacidad. El denominado apagón nuclear, es decir, el cierre y desmantelamiento de las siete centrales nucleares que hay en España, provocará un aumento exponencial de residuos radioactivos. Y no habrá, como se barajó en algún momento, un segundo almacén en otro punto del país. Todo vendrá aquí, a El Cabril, que ampliará sus instalaciones mediante una nueva plataforma con otras 27 celdas de almacenamiento radiactivo..

Claro que dependiendo de dónde y a quién preguntemos, la ampliación de El Cabril genera indiferencia, aplauso, incomodidad o rechazo. El gobierno andaluz se ha mostrado en contra. También los grupos ecologistas que aducen que Andalucía ya ha pagado con creces su cuota de solidaridad, albergado un centro de almacenamiento radiactivo en una comunidad donde no hay centrales nucleares.

Cuatro pueblos se ubican en el entorno de El Cabril. : al sureste, las localidades sevillanas de Alanís y las Navas de la Concepción. Al norte, ya en la provincia de Córdoba, Fuenteobejuna y al sur, Hornachuelos. Los cuatro están, de media, a 35 kilómetros del centro de almacenamiento y el Estado compensa la cercanía mediante asignaciones económicas directas que incluyen proyectos de cofinanciación, orientados básicamente a infraestructuras y equipamiento turístico. El pasado año, recibieron de Enresa casi tres millones de euros, la mitad de los cuales recaló en Hornachuelos, en cuyo termino municipal se asienta El Cabril.

Un informe que no será vinculante, porque el gobierno central ha declarado de interés general el proyecto de ampliación, así que Enresa ni siquiera está obligada a solicitar una licencia municipal de obras. El ayuntamiento de Hornachuelos no oculta su contrariedad, y considera una falta de respeto que dicha ampliación se haga sin la supervisión del municipio.

Sea como fuere, La realidad es que el centro de almacenamiento de El Cabril tiene los años contados. Al menos, tal y como ahora lo conocemos.

Algo que posiblemente ocurra en el año 2050. Comenzará entonces una colosal obra de ingeniería que consistirá en cubrir todo lo que ven, edificios, carreteras y almacenes, con sucesivas capas de arena, tejido impermeables, arcilla compactada, grava y tierra vegetal.

Una vigilancia que el estado español se compromete a mantener durante trescientos años

Si los planes se cumplen, este será el único lugar visitable en El Cabril dentro de 25 años: Las galerías subterráneas de control de infiltraciones, justo debajo de las celdas donde se almacenan decenas de miles de metros cúbicos de residuos radioactivos.

La jornada mientras tanto, sigue su curso. El camión procedente de la central nuclear de Trillo que conocimos a primera hora ya ha completado la descarga de residuos y regresará a su base en cuanto los técnicos comprueben que ningún elemento del vehículo presenta contaminación radiactiva. Nosotros, que también estamos a punto de marcharnos, hacemos lo propio.

El Cabril acometerá muy pronto una ampliación que unos consideran imprescindible y otros un proyecto descabellado. Y puede que sobre lo que ahora ven florezca algún día un paisaje diferente. Es posible. Otra cosa es que la controversia que rodea a esta instalación también desaparezca y que lo que la tierra esconde deje de preocuparnos, incluso dentro de trescientos años.

ES NOTICIA