En La Mañana de Andalucía de Jesús Vigorra, Antonio García Barbeito dedica sus perversos en el veinticinco aniversario de la trágica noche en la que la banda terrorista ETA acabó con las vidas de Alberto Jiménez-Becerril y su esposa, Ascensión Garcia Ortiz en Sevilla. Han pasado veinticinco años? Y da igual el tiempo. Da igual la noche que haga. Cada vez que llega enero y el 30 se hace de noche se repite aquel suceso. En la calle Don Remondo sigue la lluvia cayendo, y suena en los adoquines. Los breves charcos del suelo reflejan lejanas luces, y, poco a poco, en silencio, pasa el amor, abrazado bajo el copioso aguacero. Siempre parecían novios, abrazo, caricia, beso? Una preciosa muchacha -Ascen, con oro en el pelo y mirada de ojos claros, limpios, honrados, serenos-, y un muchacho alegre y alto que contesta por Alberto. Dos cobardes terroristas, dos asesinos a sueldo, por la espalda, por las sombras, sin que les temblara el dedo, nos mataron a traición a dos que eran de los nuestros, de los de la paz, la vida, la tolerancia, el respeto? Los asesinos etarras estarán muy pronto sueltos; y mientras, Alberto y Ascen seguirán estando muertos en la prisión permanente que imponen los cementerios. Yo, ni olvido, ni perdono, y siento el asco muy dentro cuando veo a los amigos de los asesinos esos mandar con voz en España, y con el odio, exigiendo, y recibiendo el abrazo de quienes se llaman pueblo. Me dan arcadas de asco, siento en la sangre un veneno. Nada que huela a esa gente cerca de mi España quiero. Que los charcos que aquel día nos dejaba el aguacero, se hicieron charcos de sangre cuando asesinos a sueldo dejaron asesinados a dos que eran de los nuestros. Tres chiquillos que dormían en sus inocentes sueños, nunca pudieron soñar que despertarían huérfanos. Llueve y llueve en Don Remondo en cada 30 de enero. Sobre aquel suelo de sangre, junto al llanto de los nuestros, olvidar y perdonar, aunque quisiera, no puedo.