En La Mañana de Andalucía de Jesús Vigorra, Antonio García Barbeito dedica sus perversos a Jesús Quintero. En el plató se han fundido los focos. Todo está negro. Se han apagado micrófonos, no suenan lo instrumentos de las músicas amables que sonaban como rezos? Hay una silla vacía, flota en el aire un misterio. El país de la palabra es un callado alfabeto y es un silencio de luto lo que fue culto silencio? En la Colina, una cruz: ha muerto Jesús Quintero. El Loco ya no es el Loco, empieza a andar su recuerdo. El de la magia en la voz que nació en San Juan del Puerto, el mismo que se empeñó y escrituró sus silencios, el de los mil personajes que le sonaban por dentro, sin ensayarlo siquiera y sin el menor esfuerzo, se ha hecho ya el gran señor que domina el gran silencio. Nadie habla, nadie dice, y las preguntas sin dueño no saben qué balbucir frente a tamaño silencio. El Loco de la Colina, el que veíamos de lejos y parecía escapado de las páginas de un cuento, se nos ha ido de golpe. Pasó de un sueño a otro sueño y quizá de tanto usarlo, se ha hecho ya todo silencio. Con mil historias vividas y pájaros en sus sueños, caminaba por la vida como si estuviera haciendo una obra de teatro donde su brillante verbo dominaba como nadie los renglones del libreto. Personaje de sí mismo, Narciso de cien espejos, a veces como irreal y siempre como Quintero. Una tumba en la Colina, y en el aire, como duelo, su silueta fantasmal y el absoluto silencio.