Todos los palos, al campo, al corazón de la tierra, al hombre que lo trabaja, al hombre que en él apuesta, a quien lo sufre y le duelen los males que al campo llegan, y lloran con la sequía, y ahora con la pandemia, y ayer y hoy y mañana lloran con la misma pena de ver que el campo se muere y que nadie lo remedia. Y preguntándole al cielo por qué, si es la gran despensa del mundo, tiene que andar sin salir de la miseria, y pordioseando ayudas en casi todas las puertas. Otra vez llegan recortes, y otra vez al hacer cuentas costará lo trabajado más que la mejor cosecha. Siempre tiene el pobre campo el miedo en la faldriquera; tarde o temprano, una mano vendrá a llevarse su renta. Meses y meses echando dinero en la sementera, dinero en los olivares, dinero y sudor a espuertas en el surco, en los sembrados, y al final, las mismas cuentas: o más hambre en las alforjas o en las manos, más miserias. El olivo, que es el padre que el mejor pan nos entrega, sólido en las aceitunas, líquido tras la molienda, ve cómo le están negando en las manos europeas las ayudas necesarias para levantar cabeza. Una política agraria que al campo andaluz defienda, es lo que necesitamos para mantener la tierra. Que como el campo andaluz se harte de la suerte adversa, y harto de dar y de dar y que no se lo agradezcan, le dé por bajar los brazos y por cerrarnos las puertas, el hambre nos va a buscar con un instinto de fiera. A. García Barbeito