Cuando ustedes escuchen en la radios la voz de un artista que no oían desde hace mucho, muchísimo tiempo, ya pueden entonar por él un gori gori. Si suenan sus canciones, recen por él. Dios nos libre del día de las alabanzas. Ha ocurrido ahora con El Príncipe Gitano. A sus 88 años, después de las fatiguitas pasadas, la gloria alcanzada y el triste olvido, un virus que para hacerse visible necesita cien mil moléculas, ha acabado con la vida de un artista de ascendencia humilde que vivió como un Rey siendo príncipe. Enrique Castellón Vargas, era su nombre de pila, hermano de Dolores Vargas la Terremoto, fue en macho lo que Lola Flores en mujer. Quiero decir, que como la definió el New York Times tras su estreno en Nueva York: no canta ni baila, pero no se la pierdan". Ese era el Príncipe gitano en hombre, además guapo, un ángel de Zurbarán, siempre elegantísimo, artista dentro y fuera del escenario. Olvidado de todos, era el último de la estirpe de los Valderrama, Caracol, Farina, Marchena, Molina/// artistas que se jugaban su cara y sus jurdeles formando compañía, que no supieron jamás lo que era una subvención. Dependían de la taquilla y vivían de su público. Aunque tuvieron que cargar -maldita estampa- con ser las voces del régimen, quiero yo pensar que esos gachós del franquismo ni habían oído un cante ni copla. En su tiempo tuvo el atrevimiento de cantar canciones de Elvis y los Beatles en inglés sin tener ni pajolera idea en la única televisión que había, sin perder un ápice su garbo y galanura. Triunfó en el cine, que era en su tiempo donde había billetes, pero cuenta Pérez Reverte que en los 80, olvidado ya, cantaba en un escenario crujiente y cochambroso, pisando cucarachas y alumbrado por un foco, el Príncipe Gitano, cincuentón lleno de arrugas y teñido el pelo, pero todavía gitano fino y apuesto en trajes de corte impecable, desgranando una tras otra las canciones que en sus buenos tiempos le habían dado dinero y señoras de bandera. Hoy las teles nos trajeron un remedo de lo que fue. Mejor, déjenlo en paz: no hagan de su arte un funeral.