Cuando escuché a Nabila decir: "mi hijo me ha salvado la vida", una vez recuperada del desmayo que sufrió estando sola con sus dos hijos pequeños, no pude por menos que emocionarme, -como padre y como ciudadano-, y quise saber más de este sucedido que nos llegó cuando la policía hizo pública la llama de Mohamed al 112. Ocurrió el último domingo de enero, cuando este niño de once años llamó al teléfono de emergencia al ver desvanecida a su madre y caída en el suelo y el solo en casa con su hermano más pequeño. Después del susto, una vez repuesta Nabila, la policía ha destacado la entereza del niño al pedir auxilio y contar lo que le pasaba a su mamá, y luego hemos sabido que es un niño bueno, saca notas excelentes y a su edad ha salvado ya una vida, la de su madre. Pero también hemos sabido por él mismo, que la iniciativa de llamar al 112, teléfono de emergencia, la había tomado por lo que había escuchado en clase en una actividad con la policía local y sus profesores. Entonces me pregunté ¿tendrían que haber pedido autorización para esta actividad complementaria de estar asumido la exigencia del Pin parental? ¿La habrían autorizado los padres de un país, una cultura y una religión diferentes? ¿También para adiestrar a los alumnos ante una emergencia habría, que pedir permiso a los padres con derecho a ejercer el veto? ¿Confiamos o no confiamos en los profesores a los que entregamos a nuestros hijos? ¿Son los políticos, y la pugna por implantar sus criterios, los que tienen que decir y decidir cómo educar a un niño? LLegados a este punto, en vistas de la reacción de Mohamed, pienso que la única idea que vale para mejorar cualquier cosa está en la educación. El resto son fuegos artificiales. Así es que dejémonos de tanto griterío y dejemos a los profesores hacer su labor de explicar las asignaturas y enseñar para la vida, porque donde se grita mucho no puede haber verdadero conocimiento.