Para afianzar la tesis del suicidio de Arturo López, Nicolás confiesa que le había prestado una suma importante de dinero y que agobiado por la situación económica y la de su hijo tomó tal dramática situación. En Santa Marta todo el mundo teme ahora por Jaime, ya que es el único que sabe quién está detrás de la muerte de Rosita y del resto de los esclavos.
Parreño paga una suma importante de dinero para que Jaime López pueda salir de la cárcel y asistir al funeral de su padre. El joven le pide ayuda para que le busque un buen abogado y le avisa de que él no va a pagar por los demás; no piensa se el chivo expiatorio de todos los conspiradores. Nicolás se deshace de él.
La desaparición de los López hace que se cierre la causa de demanda interpuesta por Miguel, ya que el juez entiende los asesinatos de los esclavos fueron cometidos por padre e hijo y que al ser descubiertos uno se suicidó y el otro huyó.
Miguel victorioso, vuelve al Edén entre muestras de agradecimiento de sus iguales. Estos hacen una recolecta de dinero y piden a Nicolás Parreño que le otorgue la carta de libertad a Miguel. El hacendado se opone aludiendo que no está en venta y que ese esclavo no tiene precio.
El malestar crece por ambas partes, provocándose un brutal enfrentamiento entre padre e hijo delante de todos los trabajadores y familiares de la hacienda. Nicolás reconoce públicamente que Miguel es su hijo y decide castigarlo duramente a modo ejemplarizante: latigazos, el cepo y por último es llevado al temido foso.
Los esclavos mascullan la rebelión. Trinidad y sobre todo el viejo Tomás toman partido definitivamente por la causa, deciden revivirla y luchar ante la insostenible situación que se vive en El Edén, donde Parreño ha perdido el control y se muestra agresivo e iracundo con todos.