La sentencia del 'procés'

Llegó el día de la Sentencia. Dudo que mucha gente que ahora se levanta y trata de enderezar el día, el duro sabor de los lunes con el primer trago amargo de café, esté pendiente de lo que vaya a dictar el Tribunal Supremo como si le fuera la vida en ello: la vida está en otra parte, sigue y nos rebasará al margen de Cataluña. Pero tal ha sido la sobreabundancia de información del proceso catalán, el rocambolesco referedum, la huida del líder, los políticos en la cárcel, los lazos amarillos, las manifestaciones, las alertas, las llamadas a la desobediencia (siempre incivil), las filtraciones y la reiteración en explicar lo que va de la rebelión a la sedición que, llegados a este punto, lo mejor es que pase cuanto antes y dejemos de fatigar al mundo con el cuento catalán. Aquí pasó lo de siempre, que unos pocos muchos quieren la independencia y otros muchos pocos quieren vivir en España, que es su país.

Hoy deciden los jueces, y antes si quiera de conocer tal decisión ya se empinaron de manos los independentistas diciendo que ¡Absolución o nada! (o César o nada) sin dejar el mínimo resquicio al diálogo y la negociación. Los fanáticos son más peligrosos cuando se disfrazan con el ropaje de los principios absolutos. Veremos cómo viene el día, y cómo acaba; pero no permitan que esta guerra inútil entre las españas, este jaleo de ropones judiciales, sentencias y vana palabrería les quite la sonrisa a esta hora esta mañana. Cuando nos lo ponen todo tan negativo, solo hay una eficaz manera que va secretamente contra la marea: lo positivo.