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La Guerra fría, Berlín y el cine

La política de bloques entre el Este y el Oeste impuesta en el mundo tras la Segunda Guerra Mundial tuvo su fiel reflejo en la pantalla. La paranoia y la obsesión por la amenaza nuclear se materializó en una avalancha de películas de ciencia ficción y monstruos.

Más pegado a la tierra y a las calles de Berlín, el cine de espías que reflejaba como nadie la tensión política del momento tuvo en estos veinte años un puñado de grandes películas como “Cortina rasgada”, o “Funeral en Berlín”.

En los últimos años hemos asistido a una especie de “revival” donde se recrea con más o menos acierto la época del Berlín de la posguerra. “El buen alemán” de Soderbergh o “El buen pastor” de Robert De Niro, nos acercan a una época de traiciones y muertes, siempre con una causa política detrás.

Pese a la frialdad política, el que mejor supo reflejar lo absurdo de la situación fue el genial Billy Wilder, berlinés de adopción, que contó en “Berlín Occidente” los tejemanejes de la capital alemana y sus intrigas, en las que brillaba con luz propia una gran Marlene Dietrich.


Mucho más divertida es “Uno, dos, tres”, con el muro ya construido ycon la frontera como eje de esta chispeante comedia. James Cagney es un ejecutivo de la Coca Cola en Berlín, que sufre de lo lindo cuando la hija de su jefe se enamora de un berlinés comunista.

Un ritmo endiablado acompaña toda la película en la que el maestro Wilder demuestra como el más acérrimo comunista puede transformarse en capitalista en lo que dura un trayecto en coche.

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Entre la nostalgia y la denuncia

Tras la caída del muro en 1989, la imagen real, tan potente, de esa multitud derribando el último bastión de la guerra fría se impuso a la ficticia y el cine necesitó algo de tiempo y distancia para reflejarlo en la ficción. Dejando aparte los numerosos documentales sobre el tema, el acercamiento del cine al muro y su caída ha oscilado entre la comedia (más o menos nostálgica, más o menos ácida) y la cinta de denuncia sobre la situación de falta de libertades de los ciudadanos del este como su complicada adaptación al espejismo del bienestar occidental.

“Good bye, Lenin” (2003), ópera prima de Wolfgang Becker es un buen ejemplo de la visión “amable” de la RDA. Los desvelos de un hijo (Daniel Bruhl) por evitar a su madre, comunista acérrima y en coma, los sinsabores de la destrucción de la RDA cuando despierte, van desde la falsificación de etiquetas de comida a la recreación de falsos y muy divertidos informativos.

“Berlin is in Germany” (2001) de Hannes Stöhr se acerca al tema también en clave de tragicomedia para contar la historia de Martin, un preso que entró a prisión antes de la caída del muro y que sale libre tras su caída, encontrándose con la realidad de una ciudad y un país totalmente nuevos para él.

En el otro lado, el de la denuncia social, nos encontramos con “La vida de los otros” de Florian Henckel von Donnersmarck. Ganadora del Oscar en 2007 recrea con dureza la asfixiante sociedad de la RDA. Un capitán de la Stasi vigila a un autor teatral disidente. El vigilante acabará salvando al vigilado en una espiral de traiciones y denuncias.

El veterano Volker Schlöndorff también recreó en “The legends of Rita” (2000) la historia de una terrorista que acaba en la RDA con una falsa identidad. Su vida pasa del comunismo idealista al “real” hasta la caída del muro.

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