NUEVO DISCO DEL CANTAOR DE BADALONA
NUEVO DISCO DEL CANTAOR DE BADALONA

Poveda "El Tiempo pasa volando"

27 noviembre 2018

Miguel Poveda se pasó una buena parte de su infancia con un dedo en el botón negro del play y el otro en el rojo del record de un radiocasete. Andaba en vilo para grabar de la radio cualquier canción que le gustara. En la habitación de al lado, la de sus padres, estaba el tocadiscos y los pocos vinilos que permitía la economía familiar. Al padre le iban los Beatles, Pink Floyd y Supertramp. La madre era de Bambino, Rocío Jurado, Manzanita y Chiquetete. En cuanto podía, el niño Poveda secuestraba el aparato y los discos de su madre. Los ponía en el plato, les daba mil vueltas, imitaba las voces y convertía en ídolos a aquellos que hablaban de unos sentimientos y unos paisajes que a él le sonaban a tierra ignota y mágica. Tras horas encerrado en su habitación enredando con su precaria tecnología, regresaba al mundo cantando y bailando, a menudo disfrazado, para asombro de la familia. “Lo que quiero es subirme a un escenario, aunque me vean nada más que 10 personas”, le dijo una vez a su tía, que cantaba en las peñas flamencas de Badalona.

A su madre, Felicia, que nació en Puertollano, le hubiera gustado ser bailaora, pero con 11 años ya estaba limpiando casas y con 21 tenía tres hijos: Miguel y sus dos hermanas. La vida no le dio opción. De vez en cuando Felicia les llevaba a ver cantar a su tía al Rincón Andaluz, a la Casa de Córdoba o a cualquiera de las numerosas peñas que había en la creciente Badalona de los años 80. Miguel empezó a soltarse y en lugar de ir a la discoteca se iba a la Tertulia Flamenca a escuchar cante. La Tertulia era uno de esos centros que crearon los emigrantes andaluces, extremeños y murcianos en las grandes ciudades. Allí conoció a Rubito de la Pastora, Agustín el Cacereño, Damián el Pileño, Antonio el Cerezo, y otros cantaores afincados en Badalona, que fueron sus primeros maestros. La primera vez que cantó en público se quedó afónico de los nervios.

De aquellos primeros pasos han pasado 30 años, que Poveda quiere celebrar con un disco triple. Este verano salió "Enlorquecido", una inmersión a pulmón sinfónico en el universo de Lorca con la música de su inseparable Joan Albert Amargós. Y ahora trae "El tiempo pasa volando", una grabación doble que es, por un lado, recuerdo de aquellas primeras influencias del tocadiscos de Felicia; y por el otro, una reunión de cantes nuevos, un ramillete de palos que habitualmente no toca en los conciertos: peteneras, granaínas, guajiras o tangos del Piyayo. Tres discos en seis meses y una gira, la de "Enlorquecido", solapada con la presentación de "El tiempo pasa volando", que tendrá sus conciertos a partir de primavera de 2019. “Es como si volviera a abrir la puerta de la casa donde crecí, en el barrio de Bufalá de Badalona, y todo estuviera intacto”, dice. “Yo era muy tímido, ir a los recados me daba muchísima vergüenza, pero por otro lado era muy rumbero. Mi vida giraba alrededor de aquel tocadiscos donde sonaban Marifé de Triana, Los Chichos, Los Chunguitos, El Zíngaro, Tijeritas, que fue el ídolo de mi infancia, tan tremendo, con esas chaquetas de hombreras. Y aquellas cintas de gasolinera que yo adoraba. Recuerdo la primera vez que escuché a Bambino en una casete que me llamaba la atención porque tenía la carcasa roja. Fíjate que yo pensaba que Bambino era una mujer hasta que un día, trasteando la carátula, descubrí que era un hombre”.

Poveda almacena ese interminable universo sonoro que va del cante a la copla, lo estudia y lo hace suyo. Esta capacidad de mirar adelante sin despegarse de los antiguos le ha convertido en el mayor acontecimiento del flamenco de las dos últimas décadas, llenando recintos de estrella del pop. Él es el enganche que conecta a los últimos grandes maestros con los nuevos cantaores y guitarristas que están llevando el flamenco a otra edad de plata. “Hay más talento que nunca”, asegura. “Es que a los pesimistas del flamenco es para darles una bofetada sin manos”. Sobre el escenario, Poveda puede rodearse de un piano y violines o de un bandoneón, pero el concierto lo cierra por fandangos y soleá. Descubrió por instinto, sin academias, que para cantar bien hay que ser antes que nada un buen aficionado. Como decía Enrique Morente: “Me siento un eterno discípulo citando siempre a mis maestros”.