CICLO FLAMENCO BBK
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Flamenco de Fiesta en Bilbao

5 junio 2019

Fiesta en Triana. El Planeta, asido a su pátina legendaria cayéndole por la tela tullida de sus mallas, ampara a El Fillo ante los ojos de medio arrabal. Cantan, beben, percuten las cuerdas de la vihuela como si la noche no fuera a encontrar nunca su fin. Serafín Estébanez Calderón lo está viendo todo. Su pluma, arde en deseos de contarlo. La tinta corre por las páginas de sus “Escenas Andaluzas”. Las palabras flamenco y fiesta aparecen una vez más juntas. Su comunión va más allá de la cita de Cadalso en sus “Cartas Marruecas”. Desde este momento se puede hablar de un vocablo: simbiosis. Y hasta hoy.

El aprendizaje y transmisión del flamenco ha estado fuertemente vinculado al ámbito doméstico. Casas, patios de vecinos y corrales fueron durante años su espacio de desarrollo. Por aquel entonces, el flamenco cumplía una función social básica: servir como diversión y liberación personal de sus oficiantes. Desde las proto-juergas narradas por los viajeros románticos, las fiestas en reservados, cuartos, tablaos y casetas de feria, hasta las zambombas, romerías y ritos de paso –pedimentos, bodas y bautizos- han sido varios y muy diferentes los ámbitos que el flamenco ha utilizado como vehículo de expresión en su vertiente de uso. A lo largo de la historia, existen numerosos relatos que nos hablan de un tipo de reunión, fiesta o juerga, al que comúnmente se conoce por el nombre de fiesta de cabales en clara referencia al grupo de persona que tiene acceso a ellas. Para la jerga flamenca, cabal será todo aquel aficionado al que públicamente se le reconoce un cierto grado de conocimiento del flamenco, aparte de una determinada estética y comportamiento.

En definitiva, las fiestas son modelos de la sociedad: representaciones simbólicas de las relaciones sociales, pero a la vez son un modelo para expresar, sin temor a represalias, la sociedad que se desea. De ahí que el tiempo de fiesta sea un “tiempo fuera del tiempo”, o una especie de paréntesis dentro de lo que hemos dado en llamar vida cotidiana. Por eso no hay que olvidar que desde aquella fiesta del Planeta y El Fillo han pasado dos siglos. Doscientos años. La máquina del tiempo espeta sus argumentos: los hábitos cambian, las personas pasan y el flamenco de fiesta se reinterpreta en las manos de las nuevas generaciones. Cualquier tiempo pasado no fue mejor. Sólo distinto.