HOMENAJE A SALVADOR TÁVORA
HOMENAJE A SALVADOR TÁVORA

El dramaturgo obrero

Obra y vida de Salvador Távora en ¡Vaya Mañana! por Sergio Morante

Exportó la particular forma de sentir de los andaluces a medio mundo

Mezcló la reivindicación social con la Semana Santa, el toro y el flamenco

8 febrero 2019

El dramaturgo Salvador Távora, soldador en su juventud, siempre reconoció como propio el universo obrero, al que siempre quiso pertenecer, hasta el punto de no abandonar el humilde barrio del Cerro del Águila y fundar un teatro en el polígono industrial de Hytasa, en cuya factoría trabajó.

Ese universo obrero lo trasladó a su dramaturgia, en la que no solían faltar maquinaría industrial que deambulaba sobre el escenario junto a actores y bailaores, además de caballos, cadenas y otros elementos que imprimieron un innegable carácter simbólico a sus obras, en las que también intervinieron bandas de tambores y cornetas, entre otros elementos de la cultura popular.

Fue un hombre discreto y moderado en sus intervenciones públicas, como si toda la expresividad la reservara para sus actores y para sus montajes teatrales, muchos de ellos de aire expresionista desde el mismo título: "Quejío".

Los títulos de sus montajes ya lo decían casi todo: "Los palos", "Herramientas", "Andalucía amarga", "Nanas de espinas" y "Piel de toro".

Calzaba botos y llevaba una pequeña coleta cuando nadie, ni siquiera en la izquierda, llevaba coleta, lo que tal vez fuese otro guiño a su juventud, cuando toreó de novillero pero sin llegar a tomar la alternativa --la muerte del rejoneador Salvador Guardiola en agosto de 1960 lo llevó a dejar la fiesta y volcarse en la escena--.

Si hubiera que definirlo con una sola palabra, tal vez sirviera la de "autenticidad", cuyo significado alcanza al nombre de la compañía teatral que creó y dirigió durante la mayor parte de su vida "La Cuadra".

Con "La Cuadra" se enfrentó a la dictadura franquista pero también a lo políticamente correcto, ya que se empeñó en lidiar realmente a un toro de verdad en uno de sus montajes teatrales, "Carmen", que hubo de representarse en plazas de toros.

Si su simbología de cadenas, ligaduras, quejíos, cante jondo y cantaores derrotados por el sufrimiento chirriaron en el franquismo, ya en plena democracia las autoridades catalanas prohibieron que ese montaje de "Carmen" se representara en la Monumental de Barcelona por incluir la lidia y muerte de un toro.

Junto al director de cine Benito Zambrano y la bailaora Cristina Hoyos, fue uno de los encargados de leer el manifiesto contra la guerra de Irak que elaboraron los artistas andaluces.

Hombre de izquierdas, mereció el respeto de todo el mundo, incluso de quien más alejado pudiera estar de sus postulados estéticos, tal vez por su carácter afable y por una sencillez que transmitía bondad, lo cual no era incompatible con un férreo convencimiento estético que le llevó a crear una dramaturgia propia, alejada de modas e influencias.

Podría decirse que en plena posmodernidad siguió arraigado a los elementos más telúricos de la tradición, algo que en manos de otro habría sabido rancio.

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